martes, 22 de diciembre de 2009

Kenia - Sueños dentro de un sueño

Sin palabras - quedan por subir algunas fotos... más en Flickr

Flamenco Común (Phoenicopterus roseus) en el lago Naivasha


El bellísimo Guepardo (Acinonyx jubatus) descansa a la sombra de una acacia en el Parque Nacional de Samburu


Carraca Lila (Coracias caudatus) en Samburu


Un Cocodrilo del Nilo (Crocodylus niloticus) reposa bajo el sol del atardecer a la orilla del Lago Baringo


Martín Pescador Malaquita (Alcedo cristata) al amanecer - Lago Baringo






Serie de fotos sobre una carroña con Buitre Torgo, de Rueppell y Dorsiblanco. Llegaron una pareja de chacales y la liaron, claro. También se pasó un jovencito de León, que no se atrevió a hincarle el diente a este enorme búfalo muerto.

lunes, 25 de mayo de 2009

Nohoch Ch'en (6-4-09)

Hembra de Halcón Pechinaranja

English Version Here!

El centro de investigación de Las Cuevas está en el corazón del parque nacional de Chiquibul, la mayor reserva de todo Belice Allí me encuentro con Chapal, mi guía durante los próximos días en nuestra pequeña incursión a Nohoch Ch'en (en maya: gran agujero), uno de los grandes sumideros que hemos podido ver en los sobrevuelos realizados durante el año pasado y el presente. Desde el aire se ve grandioso, y ciertamente parece un lugar donde tal vez podamos encontrar al escaso Halcón Pechinaranja, el verdadero motivo de internarnos en lo más profundo de Chiquibul.

Arreglamos los pormenores para el día siguiente. El plan consistía en salir temprano, a las 4 de la mañana, de Las Cuevas, para empezar a caminar con el frescor de la mañana. Así lo hicimos, llegamos al comienzo del sendero a las 5:30, después de conducir por una pista forestal en no muy buenas condiciones. Afortunadamente estamos en estación seca y la pista es transitable.

Durante la primera parte del camino utilizamos exclusivamente los senderos de xateros. Los xateros son personas originarias de Guatemala que cruzan ilegalmente la frontera a Belice para colectar Xate, una planta usada con fines ornamentales, así como madera y otros recursos naturales. La falta de medios económicos de esta gente en sus lugares de origen les hace internarse en el bosque durante meses. Para sustentarse durante las largas temporadas que permanecen en el bosque cazan indiscriminadamente todo tipo de fauna. Su presencia en Chiquibul mientras avanzamos es patente, oímos motosierras, disparos... vemos basura abandonada en los senderos y rastros recientes, incluso atravesamos un par de campamentos temporales abandonados. Aunque la mayoría no son peligrosos y huyen al más mínimo indicio de presencia de alguien más en el bosque, debemos ser cuidadosos y permanecer alerta, pues algunos podrían mostrarse agresivos al ser descubiertos. Como ocurre frecuentemente los problemas ambientales están vinculados a los sociales y no hay soluciones fáciles para ninguno de los dos conflictos incluso si se intentan abordar en conjunto.

Después de los cinco primeros kilómetros paramos a descansar para desayunar algo. No está mal, apenas han pasado dos horas y media. En un pequeño claro encontramos una pluma enorme que creemos identificar como de Zopilote Rey (Sarcoramphus papa). A unos metros vemos los restos de dos pecarís y un coatí. Parece que el lugar es utilizado recurrentemente por un gran predador. Una buena noticia para Chiquibul ya que su presencia es un excelente indicador del buen estado de conservación del área.

Restos de los dos pecarís

A partir de ese momento el camino se hace bastante más duro. Seguimos teniendo senderos hechos por los xateros, pero ahora el terreno se hace mucho más pendiente, con continuas subidas y bajadas. Al no haber agua en todo el camino debemos llevar toda la que necesitamos en la mochila (yo llevo algo más de diez litros para dos días que consumiré casi íntegramente debido al esfuerzo y al calor) lo cual unido a todo el equipo que llevamos supone un peso considerable que hace el camino mucho más difícil.

Han pasado cinco horas desde que empezamos a caminar y nos acercamos a la parte más compleja del camino. Ya no hay sendero y nos tenemos que abrir paso con machetes por un espeso entresijo de arbustos y lianas. Aquí las garrapatas ya no tienen compasión alguna y se encaraman por docenas a nuestra ropa y piel. Entretenimiento asegurado para toda la noche. Ya es casi mediodía y el calor es sofocante, avanzamos muy lentamente hacía el último tramo del recorrido, unos 700 metros de subida hasta el sumidero. La pendiente es acusada y tenemos que parar en varias ocasiones para descansar. Llegaríamos a lo alto de Nohoch Ch'en a las 15:30, diez horas después de haber iniciado el camino a pie.

Nohoch Ch'en desde el aire, unas semanas después, cuando pudimos conducir un sobrevuelo en helicoptero para localizar nuevas parejas de halcones

Me instalo en el borde del sumidero para escuchar y ver a los halcones. Es difícil no sobrecogerse por unos instantes contemplando su magnitud y belleza. Debe tener unos trescientos metros de diámetro y el fondo está completamente cubierto por árboles de gran envergadura. En la cara oeste hay una pequeña cueva en la cual puedo ver con los prismáticos ¡enormes vasijas de cerámica! No puedo evitar pasar unos minutos pensando como los antiguos mayas pudieron bajarlas por una pared vertical para introducirlas en la cueva. Lugares como este y particularmente las cuevas, eran considerados sagrados por los antiguos mayas, los cuales veían el subsuelo como fuente primigenia de vida.

Un grupo de unos doce monos araña se desliza por los árboles más altos justo encima mío. Algunos me desafían agitando fuertemente las ramas y chillándome, pero la mayoría me ignoran y pasan de largo, armando gran bullicio. Dentro del sumidero se pueden ver numerosas aves, como el Clarín Unicolor (Myadestes unicolor), cuyo canto metálico, casi etéreo, se ve amplificado por la excelente cámara de resonancia que es el sumidero. Si los halcones están aquí los oiré con toda seguridad.

Y no se hacen mucho de rogar. Apenas ha transcurrido media hora desde que llegué cuando escucho la nítida voz de una hembra. Música para mis oídos. Tardo unos minutos en localizarla en el otro extremo del sumidero, encima de una repisa en la roca que bien pudiera ser el nido. Sin embargo no está incubando, pero puedo ver como está finalizando los restos de una presa. Solo hace falta confirmar la presencia de un macho en la zona para afirmar que una pareja reside en Nohoch Ch'en, pero aparte de la hembra no puedo ver nada más en lo que queda del día, así que me preparo para acampar.

A las 3:30 am empieza a diluviar. A pesar de estar en plena estación seca, este año se está mostrando especialmente húmedo. Mi tienda no aguanta el chaparrón y acaba absolutamente inundada así que me uno a Chapal al lado del fuego, debajo de unas hojas de Guano. Afortunadamente no queda mucho para que amanezca. A las 5:30 para de llover y me dirijo de nuevo al borde del sumidero, a apenas 30 metros de donde hemos acampado. Casi al instante puedo ver a la hembra posada en una rama. No hay mucha visibilidad debido a la espesa vegetación, pero puedo ver por unos breves instantes a otro halcón sobrevolando el sumidero, en esta ocasión un macho. Una sonrisa se dibuja en mi cara. No son muchas las parejas de Halcón Pechinaranja que tenemos localizadas en Belice y Guatemala, una población aislada de la del sur del continente, así que cada nueva pareja que encontramos es motivo de enorme alegría.

A las 9:30 levantamos campamento y partimos de vuelta a Las Cuevas. Con mucha menos agua y comida y la satisfacción de haber encontrado una nueva pareja, nuestras mochilas pesan considerablemente menos, lo cual unido a la lluvia hace que nuestro camino de vuelta sea más fresco y ligero. Esta vez solo tardamos siete horas en hacer el mismo recorrido. Casi cuando estamos llegando al punto de encuentro donde nos van a recoger oímos un sonido cacofónico, gutural, inconfundible. Una pareja de Guacamayos Escarlata sobrevuela el dosel del bosque. Una señal, un signo inequívoco de que todavía hay esperanza para el bosque de Chiquibul y sus habitantes.

domingo, 10 de mayo de 2009

Peru IV - A las puertas del Amazonas

Confiado Guacamayo Macao (Ara macao), en Tambopata Research Center.

La última parte de nuestro viaje fue la que implicó mas trabajo previo. Buscamos en multitud de agencias de viaje, ya que al ser un área de logística compleja (solo es posible moverse por el río) y alojamientos prácticamente copados por tour operadores, no teníamos más alternativas que ir en un viaje organizado. Aunque nuestra idea inicial era visitar Manu (en el mismo departamento de Madre de Dios) finalmente nos decantamos por Tambopata, a través de Rainforest Expeditions (http://www.perunature.com/index.htm), una de las opciones más baratas (aunque sigue siendo caro). Esta empresa ha recibido varios galardones por trabajar en cooperación con tribus indígenas.

Una vez nos bajamos del avión en Puerto Maldonado, ya no nos tuvimos que preocupar de nada más. Iban a ser cinco días de puro disfrute y deleite por la selva. Rubén, nuestro guía, es un auténtico experto sobre las aves de la zona y nos condujo por los senderos con maestría. Vimos tantas y tantas cosas que es difícil enumerarlas todas. Para empezar tuvimos que viajar en lancha durante horas para llegar tanto a Posada Amazonas como al Centro de Investigación de Tambopata. Para mi, lo mejor del viaje: Capibaras, Monos aulladores, Tiganas, cinco especies de Guacamayos, otras tantas especies de Amazonas (Loros), Caimanes...


Capibaras a la vera del río Tambopata. Una de ellas con un Vaquero Pirata (Molothrus oryzivorus) sobre la cabeza

La normalmente esquiva y muy difícil de ver, Tigana (Eurypyga helias)

Garza Capirotada (Pilherodius pileatus)

El viaje en canoa te permite observar algunas aves que difícilmente son vistas en otras condiciones, como este Chotacabras de Escalera (Hydropsalis climacocerca).

Un Mono Aullador rojo (Alouatta seniculus), macho adulto.

Ganso del Orinoco (Neochen jubata)

Rubén, nuestro guía, mientras navegamos por el particular ecosistema de lagos amazónicos, que se crean al quedarse una porción del río aislada por el desmoronamiento del limo.

Hoazín (Opisthocomus hoazin) ¡No había manera de tomar una foto nítida con la poca luz y el movimiento del bote!

Una vez en tierra no perdíamos un momento para recorrer los senderos. Solo parábamos para comer (bastante) y dormir (no demasiado). Incluso hicimos un par de salidas nocturnas: cientos de insectos, ranas, salamandras... Siendo la zona más biodiversa del planeta, no podíamos permitirnos perder un solo instante. Rubén nos permitía todos los caprichos y se desvivió por que viéramos lo más posible. Nuestra última parte del viaje no hubiera sido lo mismo sin él.

Ni me acuerdo como se llamaban los tipos estos que no paraban de moverse

El amigo Juanra me cuenta que el bicho en cuestión es una especie de amblipigio, también llamados "escorpiones de látigo". Inofensivos pero con gran fuerza en sus pedipalpos

Grupo de Jacamarás Gorgiblancos (Brachygalba albogularis)

Aura Selvática (Cathartes melambrotus)

Jacamará Coroniazul (Galbula cyanescens)

La minúscula Cotorrita de Scatler (Forpus scatleri)

En uno de los mayores espectáculos de la naturaleza, la colpa de Guacamayos, pudimos ver como una ingente cantidad de estas aves, junto con otras especies de psitácidas, bajaban a engullir el barro con propiedades quelantes, que les permite digerir plantas con altas concentraciones de tóxicos. En medio del alboroto, una Tayra, una enorme especie de mustélido, un consumado escalador que busca a su próxima presa.


Festival de colores con cinco especies diferentes de Guacamayos. De arriba a abajo, grupo de Guacamayos Aliverdes (Ara Chloropterus), Guacamayo Macao (Ara macao) y Guacamayo Azulamarillo (Ara ararauna)

Sacamos cientos y cientos de fotos, de las que hay una pequeñísima muestra aquí, pero hubo mucho más. Las cuatro noches se pasan en un suspiro, y antes de darnos cuenta ya estamos en un avión rumbo a Lima. El sueño se acabó, pero quedan los recuerdos. Compartimos nuestra experiencia con nuestros amigos en Lima: Anita, Martín y Eric nos reciben y pasamos una última noche en Lima. Trasnochamos, como no, intentando exprimir las últimas horas y minutos en Perú. Un país para volver... y quedarse.


Ana, Juanjo, sois los mejores compañeros de viaje que uno pueda tener. Solo espero haber estado a la altura ¡Ya podéis ir pensando en el próximo!

sábado, 14 de marzo de 2009

Peru III - El corazón del imperio Inca


Dejamos Arequipa por la noche, en un autobus de la compañía Estrella del Sur. No tan cómodo como la línea Ortuño, pero con la tremenda ventaja de que ofrecen un servicio de Bingo a bordo, que oye, siempre está bien. De madrugada llegamos a Cuzco (o Cusco), bastante cansados, pero no hay tiempo para lamentaciones, tenemos que tomar otro autobus para llegar a Ollantaytambo, Cuzco queda para la vuelta. Al parecer no hemos llegado a tiempo para tomar el autobús, que sale a las cinco de la mañana, pero un chavalín se ofrece a llevarnos en taxi por una cantidad que no recuerdo bien pero que era bastante irrisoria... perfecto. Esto terminó siendo uno de los viajes más terroríficos que yo recuerde, pero llegamos sanos y salvos después de una hora de curvas hiperbólicas y derrapes al borde del abismo. El tipo no parecía encontrar el freno.

Llegamos a Ollantaytambo, a mitad de camino de Machu Picchu y enclave estratégico para nosotros que queríamos conocer algo más de la zona y visitar el Abra Málaga, uno de los pocos lugares en el mundo donde persisten los relictos bosques de Queuño (Polylepis ssp.). Estos escasísimos árboles son capaces de subsistir a grandes alturas y únicamente se distribuyen en Los Andes. Su sobreexplotación como madera para combustible de las comunidades andinas ha ocasionado que estos árboles necesiten de medidas especiales para su conservación.

Allí nos dirigimos al día siguiente. Conseguimos un taxista que nos llevara hasta el comienzo del sendero que recorre los polylepis y que nos esperaría a la salida, después de que hubiéramos hecho el descenso. El paisaje es increíblemente hermoso y singular. Estamos a algo más de 4000 metros de altura, las Gaviotas Andinas (Larus serranus) revolotean alrededor del Nevado Verónica, una imponente cumbre sobre la cual yace un valle de Polylepis. Vemos unos Cinclodes fuscus, aves de los altos Andes, merodeando una pequeña laguna y de repente... una pequeña rapaz, es un halcón... y hay dos. Una pareja de Halcón Aplomado (Falco femoralis) nos sobrevuela hasta desaparecer por encima del nevado Verónica. Según vamos descendiendo vemos diferentes especialistas del bosque de Polylepis: Leptasthenura yanacensis, Leptasthenura xenothorax o Carduelis crassirostris.

El Nevado Verónica al fondo. En primer plano una ofrenda parte de un ritual Inca.

Mientras realizamos el descenso, en apenas un instante, se apodera de mi un terrible dolor de cabeza, me empiezan a sudar las manos y tengo nauseas. Empiezo a ser consciente de que estoy padeciendo mal de altura. Las rodillas me flojean y me quedo sin fuerzas. Es extraño, instantes antes me encontraba perfectamente y aunque notaba la escasez de oxígeno, no tenía ningún problema en hacer el descenso. Tengo que parar y sentarme, pero no podemos demorarnos por mucho tiempo, el conductor nos espera al final del camino. Ana y Juanjo me ayudan a incorporarme, ni siquiera puedo con mi mochila que al final tiene que llevar Juanjo. Cada paso me supone un tremendo esfuerzo. Poco a poco seguimos bajando, aunque no digo nada a veces creo que no puedo seguir y que tengo que sentarme de nuevo, pero continuamos. No se cuanto tiempo pasó, pero para mi fue una eternidad. Finalmente llegamos a la carretera y ahí estaba esperándonos nuestro chofer. Aunque me recompuse lentamente, gracias a unos huevos fritos y a un té de coca (yo creo que más por los huevos fritos), notaba que seguía estando débil. Y tenía que coger fuerzas porque esa misma tarde partíamos para Aguas Calientes, el único pueblo desde el que se accede a las más famosas ruinas incas: Machu Picchu.

Debo decir que el viaje en tren a Machu Picchu me gustó tanto o más que las propias ruinas. La vía transcurre por un valle, siempre a la vera del río Urubamba, rodeado por gigantescos cerros cubiertos por bosque nuboso, un auténtico bosque de hadas con epifitas, musgos, helechos y orquideas que pueden llegar a constituir el 70% de la masa forestal. No tardamos en ver los Patos de Torrente (Merganetta armata) o el Mirlo Acuático de Capa Blanca (Cinclus leucocephalus) descansando en las piedras en mitad del río Urubamba. Llegamos a Aguas Calientes, y aunque ciertamente es un lugar exclusivamente pensado por y para el turismo, no es tan terrible como nos habían dicho. Además, apenas caminas unos metros ya estas en la carretera a Machu Picchu.

Hembra de Pato de los Torrentes

Salimos por la mañana temprano, y aunque nuestra intención era caminar hasta las ruinas, pronto me di cuenta que yo no podía hacerlo, todavía me encontraba muy débil, así que tomamos uno de los numerosos autobuses. Y menos mal, porque la subida es larga, larga, larga. La ciudad de Machu Picchu me dejó algo indiferente. Si bien el paisaje es incomparable, después de haber visitado algunas ruinas mayas, esta importante ciudad Inca no sorprende o sobrecoge como esperaba. Hay bastantes elementos comunes en ambas culturas, sin embargo. Sus conocimientos avanzados de Astronomía por ejemplo, y la existencia de diferentes artefactos para el seguimiento de los cuerpos celestes.


El inigualable paisaje de Machu Picchu

Después de permanecer dos días cerca de Picchu, viendo Gallitos de las Rocas (Rupicola peruvianus) y Momotos Serranos (Momotus aequatorialis) entre otros, volvimos a Cuzco e hicimos algo de turismo "convencional", pateándonos las calles, haciendo compras... Sin embargo, en nuestras cabezas no hacía más que rondarnos la última parte de nuestro viaje, nuestros últimos días en Perú, la traca final... nuestros cinco días en la selva amazónica.




El pajareo alrededor de Machu Picchu y Aguas Calientes es excelente. De arriba a abajo: Candelita de Anteojos (Myioborus melanocephalus), Chingolo Común (Zonotrichia capensis), Momoto Serrano (Momotus aequatorialis) y Chiví de Patas Pálidas (Basileuterus signatus).


viernes, 6 de febrero de 2009

Peru II - En las Montañas del Cóndor

El volcan Misti, visto desde el Convento de Santa Catalina, Arequipa

Después de una cómoda (relativamente) noche en el bus de linea Orteño, llegamos a la ciudad de Arequipa, La ciudad Blanca. Es la segunda ciudad más grande del Perú, pero la sensación que tuve nada más llegar a la estación, es que era mucho más tranquila y sosegada que Lima. Mucho más abierta, carece de los interminables suburbios de Lima. Es una buena base para comenzar a explorar el sur del pais y para ir acostumbrando el cuerpo a las alturas de Los Andes, ya que Arequipa está a algo más de 2300 metros de altura.


Nos instalamos en un hotelito bastante chachi cerca del centro. Después de un duro regateo conseguimos un buen precio. En Perú se regatea por absolutamente todo, nunca te quedes con la primera oferta, siempre lo puedes conseguir más barato: el taxi, la comida, la bebida, los alojamientos. Lo primero que aprendimos Juanjo y yo es que no podíamos confiar en Ana para negociar los precios. Era un absoluto desastre, en vez de bajar el precio lo subía, bien porque le daba pena o porque el vendedor tenía una "carita simpática" o "era demasiado barato". Después de una duchita reparadora, nos dispusimos a patear las calles. Catamos la carne de alpaca y nos dirijimos al Convento de Santa Catalina.

Callejuelas en el interior del Convento de Santa Catalina

Este es un recinto de la época colonial, que ha sido reformado y acondicionado para los turistas. Ciertamente merece la pena visitarlo y disfrutar de sus paredes de colores desbordantes y pasear por las habitaciones, conservadas y ambientadas como si estuvieramos viviendo en pleno siglo XVI. La razón de nuestra visita por supuesto era otra... en el libro "Where to watch birds in Peru" se dice que una escasa especie de colibrí, el Colibrí Cora (Thaumastura cora), frecuenta los jardines del interior del convento. Juanjo le pregunta a un jardinero por el colibrí y nos dice que visita las flores del patio donde nos encontramos a las 4 de la tarde. Son casi las cuatro, así que nos apostamos y esperamos. ¡A las 4 en punto! ni un minuto más ni un minuto menos vemos una diminuta bolita centelleante con una cola enorme libando en las numerosas flores naranjas del jardín. Un ave absolutamente espectacular.


En el exterior jardines de flores donde liban colibrís endulzan la vista. En el interior se recrea la vida de un convento de clausura de la época colonial

Una de las opciones para moverse por Peru es contratar los servicios de un taxista. Nosotros tuvimos la suerte de encontrar a Hugo, que nos llevó a las Lagunas de Mejía y al Valle del Colca. Las Lagunas de Mejía resultaron un tanto decepcionante, aunque vimos algunas especies raras incluyendo la Focha Frentirroja (Fulica rufifrons) o el Semillerito Azul (Xenospingus concolor).

Gaviotas grises frente a las Lagunas de Mejía, al fondo el Oceano Pacífico

Pero uno de los platos fuertes de nuestro viaje estaba a punto de comenzar, nuestra visita al Valle del Colca y especialmente a la Cruz del Condor. El viaje es bastante largo, especialmente si se realizan bastantes paradas durante el recorrido, lo cual ciertamente merece la pena. Debido a la altura (subimos hasta 5000 metros) los colores son muy vivos, y las numerosas lagunas reflejan colores turquesas, verdes, violetas. La avifauna es extremadamente singular y adaptada a las duras e impredecibles condiciones de las alturas.



Después de una gloriosa travesía llegamos a Chivay, un pueblecito que a pesar del atractivo turístico de la zona conserva su encanto y que nos sirve de enclave estratégico para acometer la incursión a la Cruz del Cóndor a la mañana siguiente.

El hostal Rumi, lugar auténtico donde los haya... ¡y barato!

Salimos temprano, porque aunque todas las guías dicen que los cóndores no ascienden desde sus cubiles hasta las 8 y media de la mañana, no queremos perder esta posibilidad, tal vez única en nuestra vida, de ver a uno de los animales más majestuosos del mundo, así que llegamos al lugar a las 7. Ya desde el coche podemos ver como se alejan tres individuos. El nerviosismo se adueña de nosotros (bueno... de Juanjo concretamente), y le decimos a Hugo que acelere. Llegamos al lugar, los cóndores ya han desaparecido, pero hay movimiento en las paredes del cañón, ocasionalmente vislumbramos alguna silueta que vuela brevemente por debajo nuestra. Mientras esperamos a que los cóndores que quedan en el valle hagan uso de las corrientes térmicas para ascender podemos disfrutar del vuelo de los vencejos andinos, de un Halcón Peregrino que nos hace varias pasadas e incluso del espectacular Colibrí Gigante (Patagonas gigas), el colibrí más grande del mundo.


Después de casi una hora de espera, vemos como un ave de enorme envergadura comienza a ciclear y a ascender por el cañón. No puede ser otra cosa más que un Cóndor, claro. Poco después vemos otro y después otro más. En total tres bellos cóndores, un juvenil, una hembra y un precioso macho pasan por delante de nuestras narices. No podemos pedir más.