viernes, 6 de febrero de 2009

Peru II - En las Montañas del Cóndor

El volcan Misti, visto desde el Convento de Santa Catalina, Arequipa

Después de una cómoda (relativamente) noche en el bus de linea Orteño, llegamos a la ciudad de Arequipa, La ciudad Blanca. Es la segunda ciudad más grande del Perú, pero la sensación que tuve nada más llegar a la estación, es que era mucho más tranquila y sosegada que Lima. Mucho más abierta, carece de los interminables suburbios de Lima. Es una buena base para comenzar a explorar el sur del pais y para ir acostumbrando el cuerpo a las alturas de Los Andes, ya que Arequipa está a algo más de 2300 metros de altura.


Nos instalamos en un hotelito bastante chachi cerca del centro. Después de un duro regateo conseguimos un buen precio. En Perú se regatea por absolutamente todo, nunca te quedes con la primera oferta, siempre lo puedes conseguir más barato: el taxi, la comida, la bebida, los alojamientos. Lo primero que aprendimos Juanjo y yo es que no podíamos confiar en Ana para negociar los precios. Era un absoluto desastre, en vez de bajar el precio lo subía, bien porque le daba pena o porque el vendedor tenía una "carita simpática" o "era demasiado barato". Después de una duchita reparadora, nos dispusimos a patear las calles. Catamos la carne de alpaca y nos dirijimos al Convento de Santa Catalina.

Callejuelas en el interior del Convento de Santa Catalina

Este es un recinto de la época colonial, que ha sido reformado y acondicionado para los turistas. Ciertamente merece la pena visitarlo y disfrutar de sus paredes de colores desbordantes y pasear por las habitaciones, conservadas y ambientadas como si estuvieramos viviendo en pleno siglo XVI. La razón de nuestra visita por supuesto era otra... en el libro "Where to watch birds in Peru" se dice que una escasa especie de colibrí, el Colibrí Cora (Thaumastura cora), frecuenta los jardines del interior del convento. Juanjo le pregunta a un jardinero por el colibrí y nos dice que visita las flores del patio donde nos encontramos a las 4 de la tarde. Son casi las cuatro, así que nos apostamos y esperamos. ¡A las 4 en punto! ni un minuto más ni un minuto menos vemos una diminuta bolita centelleante con una cola enorme libando en las numerosas flores naranjas del jardín. Un ave absolutamente espectacular.


En el exterior jardines de flores donde liban colibrís endulzan la vista. En el interior se recrea la vida de un convento de clausura de la época colonial

Una de las opciones para moverse por Peru es contratar los servicios de un taxista. Nosotros tuvimos la suerte de encontrar a Hugo, que nos llevó a las Lagunas de Mejía y al Valle del Colca. Las Lagunas de Mejía resultaron un tanto decepcionante, aunque vimos algunas especies raras incluyendo la Focha Frentirroja (Fulica rufifrons) o el Semillerito Azul (Xenospingus concolor).

Gaviotas grises frente a las Lagunas de Mejía, al fondo el Oceano Pacífico

Pero uno de los platos fuertes de nuestro viaje estaba a punto de comenzar, nuestra visita al Valle del Colca y especialmente a la Cruz del Condor. El viaje es bastante largo, especialmente si se realizan bastantes paradas durante el recorrido, lo cual ciertamente merece la pena. Debido a la altura (subimos hasta 5000 metros) los colores son muy vivos, y las numerosas lagunas reflejan colores turquesas, verdes, violetas. La avifauna es extremadamente singular y adaptada a las duras e impredecibles condiciones de las alturas.



Después de una gloriosa travesía llegamos a Chivay, un pueblecito que a pesar del atractivo turístico de la zona conserva su encanto y que nos sirve de enclave estratégico para acometer la incursión a la Cruz del Cóndor a la mañana siguiente.

El hostal Rumi, lugar auténtico donde los haya... ¡y barato!

Salimos temprano, porque aunque todas las guías dicen que los cóndores no ascienden desde sus cubiles hasta las 8 y media de la mañana, no queremos perder esta posibilidad, tal vez única en nuestra vida, de ver a uno de los animales más majestuosos del mundo, así que llegamos al lugar a las 7. Ya desde el coche podemos ver como se alejan tres individuos. El nerviosismo se adueña de nosotros (bueno... de Juanjo concretamente), y le decimos a Hugo que acelere. Llegamos al lugar, los cóndores ya han desaparecido, pero hay movimiento en las paredes del cañón, ocasionalmente vislumbramos alguna silueta que vuela brevemente por debajo nuestra. Mientras esperamos a que los cóndores que quedan en el valle hagan uso de las corrientes térmicas para ascender podemos disfrutar del vuelo de los vencejos andinos, de un Halcón Peregrino que nos hace varias pasadas e incluso del espectacular Colibrí Gigante (Patagonas gigas), el colibrí más grande del mundo.


Después de casi una hora de espera, vemos como un ave de enorme envergadura comienza a ciclear y a ascender por el cañón. No puede ser otra cosa más que un Cóndor, claro. Poco después vemos otro y después otro más. En total tres bellos cóndores, un juvenil, una hembra y un precioso macho pasan por delante de nuestras narices. No podemos pedir más.