sábado, 14 de marzo de 2009

Peru III - El corazón del imperio Inca


Dejamos Arequipa por la noche, en un autobus de la compañía Estrella del Sur. No tan cómodo como la línea Ortuño, pero con la tremenda ventaja de que ofrecen un servicio de Bingo a bordo, que oye, siempre está bien. De madrugada llegamos a Cuzco (o Cusco), bastante cansados, pero no hay tiempo para lamentaciones, tenemos que tomar otro autobus para llegar a Ollantaytambo, Cuzco queda para la vuelta. Al parecer no hemos llegado a tiempo para tomar el autobús, que sale a las cinco de la mañana, pero un chavalín se ofrece a llevarnos en taxi por una cantidad que no recuerdo bien pero que era bastante irrisoria... perfecto. Esto terminó siendo uno de los viajes más terroríficos que yo recuerde, pero llegamos sanos y salvos después de una hora de curvas hiperbólicas y derrapes al borde del abismo. El tipo no parecía encontrar el freno.

Llegamos a Ollantaytambo, a mitad de camino de Machu Picchu y enclave estratégico para nosotros que queríamos conocer algo más de la zona y visitar el Abra Málaga, uno de los pocos lugares en el mundo donde persisten los relictos bosques de Queuño (Polylepis ssp.). Estos escasísimos árboles son capaces de subsistir a grandes alturas y únicamente se distribuyen en Los Andes. Su sobreexplotación como madera para combustible de las comunidades andinas ha ocasionado que estos árboles necesiten de medidas especiales para su conservación.

Allí nos dirigimos al día siguiente. Conseguimos un taxista que nos llevara hasta el comienzo del sendero que recorre los polylepis y que nos esperaría a la salida, después de que hubiéramos hecho el descenso. El paisaje es increíblemente hermoso y singular. Estamos a algo más de 4000 metros de altura, las Gaviotas Andinas (Larus serranus) revolotean alrededor del Nevado Verónica, una imponente cumbre sobre la cual yace un valle de Polylepis. Vemos unos Cinclodes fuscus, aves de los altos Andes, merodeando una pequeña laguna y de repente... una pequeña rapaz, es un halcón... y hay dos. Una pareja de Halcón Aplomado (Falco femoralis) nos sobrevuela hasta desaparecer por encima del nevado Verónica. Según vamos descendiendo vemos diferentes especialistas del bosque de Polylepis: Leptasthenura yanacensis, Leptasthenura xenothorax o Carduelis crassirostris.

El Nevado Verónica al fondo. En primer plano una ofrenda parte de un ritual Inca.

Mientras realizamos el descenso, en apenas un instante, se apodera de mi un terrible dolor de cabeza, me empiezan a sudar las manos y tengo nauseas. Empiezo a ser consciente de que estoy padeciendo mal de altura. Las rodillas me flojean y me quedo sin fuerzas. Es extraño, instantes antes me encontraba perfectamente y aunque notaba la escasez de oxígeno, no tenía ningún problema en hacer el descenso. Tengo que parar y sentarme, pero no podemos demorarnos por mucho tiempo, el conductor nos espera al final del camino. Ana y Juanjo me ayudan a incorporarme, ni siquiera puedo con mi mochila que al final tiene que llevar Juanjo. Cada paso me supone un tremendo esfuerzo. Poco a poco seguimos bajando, aunque no digo nada a veces creo que no puedo seguir y que tengo que sentarme de nuevo, pero continuamos. No se cuanto tiempo pasó, pero para mi fue una eternidad. Finalmente llegamos a la carretera y ahí estaba esperándonos nuestro chofer. Aunque me recompuse lentamente, gracias a unos huevos fritos y a un té de coca (yo creo que más por los huevos fritos), notaba que seguía estando débil. Y tenía que coger fuerzas porque esa misma tarde partíamos para Aguas Calientes, el único pueblo desde el que se accede a las más famosas ruinas incas: Machu Picchu.

Debo decir que el viaje en tren a Machu Picchu me gustó tanto o más que las propias ruinas. La vía transcurre por un valle, siempre a la vera del río Urubamba, rodeado por gigantescos cerros cubiertos por bosque nuboso, un auténtico bosque de hadas con epifitas, musgos, helechos y orquideas que pueden llegar a constituir el 70% de la masa forestal. No tardamos en ver los Patos de Torrente (Merganetta armata) o el Mirlo Acuático de Capa Blanca (Cinclus leucocephalus) descansando en las piedras en mitad del río Urubamba. Llegamos a Aguas Calientes, y aunque ciertamente es un lugar exclusivamente pensado por y para el turismo, no es tan terrible como nos habían dicho. Además, apenas caminas unos metros ya estas en la carretera a Machu Picchu.

Hembra de Pato de los Torrentes

Salimos por la mañana temprano, y aunque nuestra intención era caminar hasta las ruinas, pronto me di cuenta que yo no podía hacerlo, todavía me encontraba muy débil, así que tomamos uno de los numerosos autobuses. Y menos mal, porque la subida es larga, larga, larga. La ciudad de Machu Picchu me dejó algo indiferente. Si bien el paisaje es incomparable, después de haber visitado algunas ruinas mayas, esta importante ciudad Inca no sorprende o sobrecoge como esperaba. Hay bastantes elementos comunes en ambas culturas, sin embargo. Sus conocimientos avanzados de Astronomía por ejemplo, y la existencia de diferentes artefactos para el seguimiento de los cuerpos celestes.


El inigualable paisaje de Machu Picchu

Después de permanecer dos días cerca de Picchu, viendo Gallitos de las Rocas (Rupicola peruvianus) y Momotos Serranos (Momotus aequatorialis) entre otros, volvimos a Cuzco e hicimos algo de turismo "convencional", pateándonos las calles, haciendo compras... Sin embargo, en nuestras cabezas no hacía más que rondarnos la última parte de nuestro viaje, nuestros últimos días en Perú, la traca final... nuestros cinco días en la selva amazónica.




El pajareo alrededor de Machu Picchu y Aguas Calientes es excelente. De arriba a abajo: Candelita de Anteojos (Myioborus melanocephalus), Chingolo Común (Zonotrichia capensis), Momoto Serrano (Momotus aequatorialis) y Chiví de Patas Pálidas (Basileuterus signatus).