Piquero Patiazul (Sula nebouxii) en el Islote de los Piqueros
Después de dos noches en Mogo Mogo tomamos el bote hacía un pequeño islote cerca de Isla Contadora. Se trata de una minúscula roca, cuya playa desaparece en cuanto sube la marea. Me sorprendí bastante cuando vi que en sus salientes anidaban piqueros pardos y piqueros patiazules, que hacían continuas pasadas cerca de nuestro campamento.
Desde la playa vi un Piquero Pardo cerca de la orilla. Tenía un aspecto extraño. Mantenía una postura anómala y parecía flotar a la deriva. Minutos después llegaba a unas rocas en la orilla. Cojeaba ostensiblemente y pensé que tal vez tendría un trozo de sedal enredado en la pata, así que agarré la toalla y pedí a Ángel y Annaic que me ayudaran a capturarlo.
Annaic se acercó nadando para evitar que escapara y yo me acerqué por las rocas. La marea estaba subiendo y las olas golpeaban las rocas con fuerza. El piquero nada más verme se arrimaba cada vez más al borde, y yo me acercaba con cuidado por la resbaladiza superficie (casi me caigo de morros). Era evidente que el piquero no podía volar y que no tenía ninguna gana de volver al mar. En un patético intento le eché la toalla encima, pero se escurrió y se tiró al agua. Afortunadamente, Annaic y Ángel le acorralaron y finalmente pude capturarlo cuando intentó escapar hacía la orilla.
Al final lo capturamos entero
Era peor de lo que yo pensaba. Tenía una herida severa en la pata y rasgada la membrana interdigital. Después de haber trabajado durante un tiempo en un centro de recuperación de aves marinas, uno sabe lo difíciles que son de sacar adelante estos animales. Se necesitan instalaciones totalmente especializadas y cuidados continuos para evitar que se deshidraten y para mantenerlos con buena condición corporal. No hay nada de eso en Panamá y el centro de recuperación de aves marinas más cercano que yo conozco se encuentra a más de 5.000 Km de distancia. Metí al piquero en la tienda de campaña mientras pensaba que era lo mejor que podíamos hacer, teniendo en cuenta nuestros limitados recursos.
El centro de recuperación de fauna salvaje, es decir, la idea de recoger un animal herido, curarlo y devolverlo a su estado natural, es un invento reciente. Es un signo del cambio de mentalidad en las últimas décadas, que ha sido posible cuando un gran número de ciudadanos e instituciones han exigido la presencia de este servicio en su comunidad. En España existen, con mayor o menor fortuna, alrededor de 50 centros de recuperación, estando presentes en todas las provincias excepto Melilla.
A pesar de todo, muchas personas desconocen su existencia o ignoran su verdadero cometido (cuantas veces tuve que decir que no recogíamos perros abandonados, y que no vendíamos tortuguitas). Son incluso vilipendiados por las más brillantes mentes del mundo de la conservación, alegando que se invierte una inmensa cantidad de recursos en recuperar unos pocos individuos. Recursos, que imagino, pensarán mejor invertidos en sus sesudas investigaciones. Resulta divertido cuando estas eminencias investigadoras acuden a los mismos centros de recuperación para solicitar valiosas muestras biológicas, núcleo fundamental de muchos de sus importantísimos artículos científicos, aquellos que esperan les encumbren al olimpo de los más inteligentes, los más ocurrentes y los más listos.
Y es que lo que los críticos no dicen es que los centros de recuperación dan para mucho más. Son cuna de muchas investigaciones relacionadas con la fauna salvaje, son el centro recipiente de una increíble cantidad de información sobre sus principales amenazas y son también un elemento valiosísimo en la educación ambiental y la sensibilización social.
Poco pude hacer por el piquero. Después de valorar las heridas, no se me ocurrió más que cortar unos trozos de pescado fresco (parte de nuestra cena esa noche) y alimentarlo. Darle tal vez un día, o unas horas más para recuperar fuerzas, y tal vez algo de movilidad en esa pata. Dejamos al piquero en unas rocas para que estuviera tranquilo. Allí permaneció unas horas hasta que emprendió el vuelo, ayudado por el viento que venía del norte.
Es muy probable que no sirviera de nada, pero me gustaría pensar que Nicolás, de cinco años, que vio como tres adultos (tal vez no muy normales, pero adultos al fin y al cabo) se esforzaron en devolver ese piquero al cielo, piense ahora que esa criatura emplumada sea digna de ser salvada.
Puede que eso cuente después de todo.
Puede que eso cuente después de todo.
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